El amor no pasa nunca
A inicios de este año pasé un par de días en un monasterio con una persona muy querida. A la segunda mañana, me fijé en un cuadrito que colgaba de una de las estancias por donde pasábamos. Rezaba llanamente: “el amor no pasa nunca”.
Al verlo al principio, reconozco que me causó cierta incomodidad. Acababa de salir de una ruptura que me tenía bastante triste y al leer esas palabras sentí una pequeña quemazón en una herida que todavía estaba cicatrizando. Hablar de amar, del amor, me resultaba un ejercicio que remitía a un pasado anclado y que nada tenía que ver con el presente o lo futuro. Algo que debía permanecer sellado y sepultado como una reliquia para ser venerado por los siglos de los siglos.
Días después, esta frase, que colgaba solemnemente del comedor donde nos reuníamos varias veces al día, terminó calando en cierta manera en mí. Le acabé echando una foto furtiva y me movilizó a considerar que, efectivamente, el amor no termina y hay siempre un nuevo enamoramiento a la vuelta de la esquina. Quizás, entre entierros y sepulcros, me aferré a esa promesa de que algo después vendría.
En realidad, creo que llevo todo el año pensando en el amor. Si amo muy poco o quizás me enamoro demasiado. Si mi amor es lento o al contrario, impertinentemente rápido. Si amo bien. Si amo mal. Si sé amar. Si he amado.
Hace unas semanas leí algo que me hizo reflexionar. Y es que nunca en mi vida he dicho “te amo”. En parte me sorprendió darme cuenta y en parte me dejó algo asustado. ¿Será que no sé sentir eso? Confieso que decir te amo no me conecta con nada, y que me suena más algo que se dice en los libros y las películas.
Empecé a hablar con la gente sobre esto. Los que nunca habían dicho te amo. Los que decían mucho te amo. Para quienes no significaba nada y personas para las que el “te amo” resultaba una etapa clave dentro del complejo viaje de la relación afectiva. Decirlo siempre, decirlo a veces, no decirlo nunca.
Un amigo, muy listo y un tanto poético, atinó a definir que para él el amor era “querer tanto a alguien que te entran ganas de llorar”. Inicialmente me resultó demasiado expresiva y con poco énfasis en la intimidad, la creación, el compromiso, pero poco a poco me ha ido gustando más y me ha permitido revisitar todo lo que he vivido a lo largo de este 2024.
Ahora puedo ver todo el amor que he podido sentir a lo largo de este maravilloso año. Sentí el amor en aquel finde en el monasterio. Sentí amor mirando las estrellas en la playa con Lorena. Sentí amor abrazado a Lara en medio de una fiesta, las dos borrachas. Sentí amor en un glaciar. Sentí amor sentado en un banco de Buenos Aires. Sentí el amor en un paseo en coche con mi hermano.
Hoy entiendo que ese pequeño cuadrito ocultaba tímidamente un mensaje mucho más amplio. Que el amor no es una promesa del futuro, un mito de poder ser completado. Que tengo la enorme suerte de que el amor recorra cada uno de los días de mi vida, a través de la gente que me quiere, a la que quiero, que me acompañan y que acompaño.
Ahora puedo apreciar todo ese amor que circula como la sangre por mis venas, como el aire que me llena, como las lágrimas que limpian mis mejillas. Un amor que cala hasta los huesos, que brota de repente, que hasta me da escalofríos.
Este fin de semana vinieron a visitarnos unas personas a las que quiero mucho.
Porque el amor no pasa nunca. Porque gracias a vosotras, siento el amor todos los días
Vosotras como plural amplio, como plural íntimo, como plural inclusivo. Gracias.
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