Echar al psicólogo a patadas

 Se ha colado un psicólogo en mi vida. Ha sido poco a poco, diría que mucho antes de empezar la residencia, aunque ha sido en estos últimos meses cuando más se ha acomodado en mi interior. Y eso que he tenido muchas señales para detectarlo.

Me di cuenta (o quise darme cuenta) también poco a poco. Diría que empezó a raíz de una conversación que habíamos tenido allá por noviembre un CoR y yo sobre "las gafas de la psicoterapia", y cómo una vez empiezas a "ver" patrones en psicoterapia es muy difícil dejar de percibirlos (construírlos) también a nivel interpersonal. Al principio era como un juego, pero luego se fue convirtiendo en parte de nuestro vocabulario cotidiano "y entonces entré en modo teleológico" "pues decidí no contestarle al panadero y extinguir su petición"...

También fue cambiando mi forma de presentarme. "Hola, soy Adrián, soy psicólogo de aquí, del hospital de Alcalá" era y sigue siendo mi saludo más natural. Casi sin pensarlo.

Una de las señales rojas saltó un día cenando con un CoR, también por finales de 2021. Estuvimos hablando un buen rato, y a la hora de despedirme solté algo parecido a "bueno, ¿te parece bien si lo dejamos aquí por hoy?". La cara con que se me quedó mirando fue de retrato.

También empecé a dedicar una parte considerable de mi tiempo libre a la lectura, a devorar libros para intentar tranquilizarme y a coleccionarlos en estanterías para demostrarme lo "buen psicólogo" que soy. Se me hacía raro hablar con gente de fuera de la residencia, sólo quería poder debatir sobre Minuchin, sobre el libro que me acababa de leer de Colina, sobre la terapia de nosequé...

El momento de pararme a pensar seriamente sobre esto ha sido hace unas semanas, a raíz de un seminario que tuvimos sobre Psiquiatría Transcultural. Estábamos hablando sobre identidades diversas e hicimos un ejercicio en el que colocamos distintas facetas nuestras en círculos concéntricos que representasen nuestra identidad. Sin dudarlo ni un momento, la palabra "psicólogo" fue al centro de la diana identitaria. Al principio ni lo pensé, pero me quedé dándole vueltas a lo largo de los días hasta que hoy, a marzo de 2022, me he dado cuenta de que el psicólogo ha saltado la valla del hospital y se ha instalado en mi casa.

Para ser justos, tengo que decir que yo también le abrí la puerta. El psicólogo me prometía más seguridad en lo que hago.  Y, más que nada, me ofrecía un lugar en el que situarme a nivel interpersonal en esta época en la que se nos trata como una suerte de chamanes, dedicándonos a disertar en redes sociales sobre el bien y el mal, sobre lo que le pasa a la vecina del quinto... Jolín, y cómo mola estar en esa posición, como en una torre desde dónde poder señalar a todo el mundo bien protegidito. 

También hay que reconocer que el psicólogo me ha traído muchas muchas cosas buenas, que su "invasión" me ha ayudado en un momento de transición vital bastante complicado (inicio de vida laboral, cambio de localidad, vivir sólo, la responsabilidad de llevar pacientes...), y que también me ha ayudado a consolidar habilidades terapéuticas que agradezco mucho en el día a día de mi residencia.

Pero vamos, que con todo estoy hasta las narices de ser psicólogo. No porque no me guste (estoy muy contento con la residencia) ni porque vaya a dejar de ser importante, sino porque ha ocupado todo el círculo central de mi vida. Y pienso echarlo a patadas si hace falta.

En fin, que hoy escribo esto y mañana seguramente vuelva al torbellino obsesivo de lecturas de la residencia para tolerar mejor la incertidumbre. Al menos la guerra se la tengo declarada.

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