2023. Crónica de unos pendientes

Dudaba entre si llamarlo Crónica o Clínica. La crónica es pública, en abierto. Se recogen los detalles, los actores, el suceso. Siempre a toro pasado. La Clínica, sin embargo, es íntima, a puerta cerrada. La clínica no tiene fin, porque siempre se reactualiza, se renombra, se dan nuevos cambios, se traslada. La clínica no dispone de grandes titulares, se asienta en lo cotidiano. Y es ahí, en esa cotidianidad, donde ocurre la magia.

El caso es que la crónica de este año se resume en unos pendientes. No unos cualquiera, claro; los que están en mis orejas. Primero en la izquierda, luego en la derecha. Empezó como idea tímida, un probar, un ver-qué-pasa. Un acto de pacto inscrito sobre el cuerpo y firmado con la misma piel que me envuelve.

Porque los pendientes, como el cambio, implican una perforación de lo existente. Que no eliminación, ni destrucción. Perforación. Un tanto incómoda. En el lugar adecuado. Abrir paso, que corra el aire. Salir de fórmulas ya sobreactuadas.

Empezó, como decía, con la oreja izquierda. Qué agobio. Atravesar mi lóbulo. Abrir un agujero. Qué miedo. Pero después de los 15 minutos reglamentarios de dudas, arrepentimiento y angustia (que por supuesto, los hubo) me descubrí cómodo con el pendiente. Me gustaba. 

Quise ir a por el otro. Bromeaba: "Se ve que la oreja derecha le ha debido de coger envidia a la izquierda, y también quiere uno". Envidia de qué, preguntaba, reveladoramente, mi terapeuta. Envidia del cambio. De la nueva normalidad, la comodidad. De la apertura.

Reconozco que intenté acelerar el proceso. Forzar la manilla, como decía en otra ocasión. Me compré unos pendientes a las semanas, aros, con lunitas. Me encantaban, me imaginaba ya con ellos, quería ser ese Adri. "Cuando te los pongas intenta que alguien pueda mirar que cierran bien, porque a veces piensas que los has puesto y están sin cerrar y se te caen".  Me lo avisaron. Obviamente, lo ignoré. Lo intenté por mi cuenta. Resolver la ecuación con la fórmula que ya conocía.

Terminó siendo un desastre. Se me cayó un pendiente por el lavabo. Forzando y forzando el aro, me acabé haciendo sangre. La herida aún no se había curado bien y yo presionando para introducir mis nuevos aros.

Decidí esperar un tiempo a que curase. Unas semanas después, me dispuse, por fin, a pedir ayuda. Volví a la tienda donde me habían hecho los pendientes. Las chicas, encantadoras. Clic. En un minuto estaban puestos. Cerrados. Sin sangre, sin forcejeos. Desde entonces llevo las lunitas.

En ocasiones me pregunto si los pendientes son una mera declaración de intenciones. Un cambio superficial de cara. Pero con el tiempo (y qué importantes son los tiempos) he podido ver que no. Que el Adri-con-Pendientes ni elimina ni destruye al Adri-de-antes, pero si abre una nueva etapa. De otros significados. De saber cuándo recurrir a manidos trucos y cuándo abrir (perforar) nuevas posibilidades.

Y por esto, entre tantas cosas, dudaba entre si llamarlo crónica o clínica. Porque la crónica se cuenta sola. Me hice unos pendientes. Lo importante es la historización, mis símbolos, mis significados. Es curioso. Cuando abrí este blog, pensaba que hablaría sobre La Clínica; formas, estructuras, contenidos, teorías. Y un día más me siento a escribir sobre mi crónica, y termino confesando, siempre, sobre mi clínica. Porque he podido aprender que no existe La Clínica, si no es en mis historias, las de mi gente, las de quien me lee. No existe la clínica, sino la vida. 

Quería cerrar el año hablando de la crónica de estos pendientes. Quería también agradecer, siempre, a todas las personas que me han ayudado a ponerlos. A quien me aprecia con ellos y sin ellos. A quien me dota de la perspectiva necesaria, que yo a veces no tengo, para saber si mis pendientes están bien cerrados.

Porque este año ha implicado cerrar muchas cosas, que no sólo los pendientes. En las relaciones. En el trabajo.

Gracias, a todas vosotras, por estar ahí. Y que próximo año nos traiga crónicas bonitas.

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