Después de terminar mi rotación por CSM he transitado un tiempo de muchos cambios. Llevo meses queriendo escribir algo; sobre el ecuador de la residencia, sobre la marejada que me ha sobrevenido, sobre como pese a tanto vaivén me he ido encontrando cada vez mejor. Y sin embargo no ha sido hasta hoy, hasta ahora, que me he podido parar en frente del ordenador y sentarme a escribir estas palabras. Podría hablar acerca del paso a R3, de mi situación, de las teorías que he aprendido, de las rotaciones en las que he estado. Pero hoy quiero hablar sobre los tiempos de las personas. Y hablo de personas, en plural, incluyéndome a mi, a la gente que me rodea, a las personas que atiendo, a quien me lea. Creo que en estos dos años que llevo en Alcalá mi gran aprendizaje ha sido adquirir un profundo respeto por los tiempos de cada persona. No ha sido una ocurrencia propia, sino que me ha venido dado gracias a la gente con la que comparto mi quehacer cotidiano. Y, por supuesto, que ha llegado a su
Dudaba entre si llamarlo Crónica o Clínica. La crónica es pública, en abierto. Se recogen los detalles, los actores, el suceso. Siempre a toro pasado. La Clínica, sin embargo, es íntima, a puerta cerrada. La clínica no tiene fin, porque siempre se reactualiza, se renombra, se dan nuevos cambios, se traslada. La clínica no dispone de grandes titulares, se asienta en lo cotidiano. Y es ahí, en esa cotidianidad, donde ocurre la magia. El caso es que la crónica de este año se resume en unos pendientes. No unos cualquiera, claro; los que están en mis orejas. Primero en la izquierda, luego en la derecha. Empezó como idea tímida, un probar, un ver-qué-pasa. Un acto de pacto inscrito sobre el cuerpo y firmado con la misma piel que me envuelve. Porque los pendientes, como el cambio, implican una perforación de lo existente. Que no eliminación, ni destrucción. Perforación. Un tanto incómoda. En el lugar adecuado. Abrir paso, que corra el aire. Salir de fórmulas ya sobreactuadas. Empezó, como dec
Buenos Aires. Una calle concurrida en Palermo. Los coches pasan sin parar, recordándonos que la ciudad no es nuestra, que no nos pertenece Buenos Aires. Una tarde lluviosa de jueves. Los truenos acechando en la esquina de cada minuto. Una invitación a permanecer en el departamento a lo largo de esta jornada. El cielo recordándonos que nos encontramos a su capricho y que, efectivamente, la ciudad no nos pertenece. Buenos Aires. El edificio que visito a lo largo de los días. También me pregunto si este edificio me pertenece. Las paredes húmedas permanecen en silencio, las sillas vacías desconocen la respuesta. Buenos Aires. Mi amiga Patri escribe con entereza y dedicación, María trata las palabras con la misma dulzura con la que se acerca a nosotras. Jacobo escribe en un lenguaje que a veces no entiendo, pero que comprendo de alguna manera que no consigo historiar. De ellos si que no tengo duda; me pertenencen. Me pregunto si les ocurrirá lo mismo. Si les atraviesa esa misma certeza de p
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