Desde el último post, y raíz de todas las conversaciones que tuve la oportunidad de tener al respecto, se me ha quedado flotando una idea en la cabeza; si me fuese a morir, dejaría la residencia y no me arrepentiría de ello. Quizá suene la obviedad más grande del mundo, pero el pensarlo seriamente se me hizo muy revelador. Cada vez que pienso en esto, me acuerdo de lo extraño que se me hizo escuchar poco después de llegar a la residencia a mi R4, Sara, plantearse hacer oposiciones de administrativa, o escuchar a Bea hablar de dejarlo e irse. Sin embargo, conforme voy avanzando en las rotaciones, lo que me extraña es el no haberme planteado antes esas otras posibilidades de vida. Puede que tenga que ver con lo complicado que es llegar aquí, con el sacrificio temporal y emocional que supone. Creo que para muchas de nosotras el PIR se presenta como una posibilidad tan remota y compleja que de las pocas cosas que ayudan a seguir transitando la oposición es ilusionarse con el calde...
Después de terminar mi rotación por CSM he transitado un tiempo de muchos cambios. Llevo meses queriendo escribir algo; sobre el ecuador de la residencia, sobre la marejada que me ha sobrevenido, sobre como pese a tanto vaivén me he ido encontrando cada vez mejor. Y sin embargo no ha sido hasta hoy, hasta ahora, que me he podido parar en frente del ordenador y sentarme a escribir estas palabras. Podría hablar acerca del paso a R3, de mi situación, de las teorías que he aprendido, de las rotaciones en las que he estado. Pero hoy quiero hablar sobre los tiempos de las personas. Y hablo de personas, en plural, incluyéndome a mi, a la gente que me rodea, a las personas que atiendo, a quien me lea. Creo que en estos dos años que llevo en Alcalá mi gran aprendizaje ha sido adquirir un profundo respeto por los tiempos de cada persona. No ha sido una ocurrencia propia, sino que me ha venido dado gracias a la gente con la que comparto mi quehacer cotidiano. Y, por supuesto, que ha llegado ...
A inicios de este año pasé un par de días en un monasterio con una persona muy querida. A la segunda mañana, me fijé en un cuadrito que colgaba de una de las estancias por donde pasábamos. Rezaba llanamente: “el amor no pasa nunca”. Al verlo al principio, reconozco que me causó cierta incomodidad. Acababa de salir de una ruptura que me tenía bastante triste y al leer esas palabras sentí una pequeña quemazón en una herida que todavía estaba cicatrizando. Hablar de amar, del amor, me resultaba un ejercicio que remitía a un pasado anclado y que nada tenía que ver con el presente o lo futuro. Algo que debía permanecer sellado y sepultado como una reliquia para ser venerado por los siglos de los siglos. Días después, esta frase, que colgaba solemnemente del comedor donde nos reuníamos varias veces al día, terminó calando en cierta manera en mí. Le acabé echando una foto furtiva y me movilizó a considerar que, efectivamente, el amor no termina y hay siempre un nue...
Comentarios
Publicar un comentario