El amor no pasa nunca
A inicios de este año pasé un par de días en un monasterio con una persona muy querida. A la segunda mañana, me fijé en un cuadrito que colgaba de una de las estancias por donde pasábamos. Rezaba llanamente: “el amor no pasa nunca”. Al verlo al principio, reconozco que me causó cierta incomodidad. Acababa de salir de una ruptura que me tenía bastante triste y al leer esas palabras sentí una pequeña quemazón en una herida que todavía estaba cicatrizando. Hablar de amar, del amor, me resultaba un ejercicio que remitía a un pasado anclado y que nada tenía que ver con el presente o lo futuro. Algo que debía permanecer sellado y sepultado como una reliquia para ser venerado por los siglos de los siglos. Días después, esta frase, que colgaba solemnemente del comedor donde nos reuníamos varias veces al día, terminó calando en cierta manera en mí. Le acabé echando una foto furtiva y me movilizó a considerar que, efectivamente, el amor no termina y hay siempre un nuevo enamoramien